jueves, 7 de agosto de 2008

Las otras tablas de sangre

Por Alberto Ezcurra Medrano

En 1826 se designó presidente a RIVADAVIA, se decretó el cese de la provincia de Buenos Aires y se sancionó la constitución unitaria. El triunfo rivadaviano fue amplio, pero breve, y su juicio lo hace acertadamente GONZÁLEZ CALDERÓN en los siguientes términos:
“Hay que decir, respecto de la actuación del señor RIVADAVIA y del Congreso Constituyente de 1826, que arrastraron a la nación a la más espantosa guerra civil, cuya consecuencia fue la dictadura sangrienta. ¿Qué se equivocaron de buena fe? ¿Qué el país no estaba preparado para practicar las instituciones teóricamente buenas que pretendieron establecer? No se trata de eso cuando hay que discernir la responsabilidad por los acontecimientos o por los hechos que su conducta ocasionó si se equivocaron; debe pensarse, lógicamente, que carecieron de la visión genial del verdadero estadista; si concibieron instituciones inadaptables a la idiosincracia del país, debe creerse, con fundamento, que no tuvieron conciencia de lo que sus deberes les exigían. Faltáronles a RIVADAVIA y al lucido círculo que lo rodeaba esa visión nítida y exacta que caracteriza a los grandes de Estado y también el necesario dominio de las condiciones en que debían legislar. Cuando desaparecieron de las elevadas esferas oficiales, todo el edificio que se propusieron construir se deshizo estrepitosamente, porque sus cimientos sólo se habían apoyado en el terreno peligroso de las utopías políticas”. (Juan A. González Calderón, Derecho Constitucional Argentino, t. I, p. 120. A quien quiera conocer otros aspectos menos “ideológicos” de la “aventura presidencial” rivadaviana remitimos a la Defensa y pérdida de nuestra independencia económica, de JOSÉ MARÍA ROSA).

Antes de dictar la constitución de 1826, los unitarios trataron de preparar el terreno para su aceptación unitarizando por la fuerza algunas provincias. Tal fue la misión de LAMADRID, “gobernador intruso” de Tucumán, como lo reconoce ZINNY, y agente político de la mayoría del Congreso, como dice GONZÁLEZ CALDERÓN. Para cumplir el fin que se había propuesto, LAMADRID inició una sangrienta campaña, teniendo por aliados a ARENALES en Salta y a GUTIÉRREZ en Catamarca. Utilizó en ella un grupo de desertores del ejército de SUCRE, conocidos entonces bajo el epíteto de “colombianos”, que a las órdenes del coronel DOMINGO LÓPEZ MATUTE se habían puesto a su servicio. La actuación de estos hombres en la batalla de Rincón fue cruel y sanguinaria, y después de la derrota invadieron a Santiago del Estero cometiendo allí una larga serie de incendios, degüellos y atrocidades de toda índole. (CARLOS M. URIEN, Quiroga, p. 62/63).
“La bandera – comenta BERNARDO FRÍAS – cargó con el fruto de la máquina de que se servía, y, ya en aquél año tan atrasado a ROSAS, hemos leído en papeles de la fecha, salidos del rincón lejano de Catamarca, aquello de salvajes unitarios”. (Bernardo Frías, Tradiciones históricas, 4ª edición, p. 7).
Terminada la guerra con el Brasil, los unitarios, que no habían aprendido nada con el fracaso de su tentativa de 1826, procuraron imponerse por la fuerza y volvieron a encender la guerra civil. LAVALLE asumió la dictadura y fusiló a DORREGO y a todos los oficiales tomados prisioneros en Navarro y Las Palmitas. (RICARDO FONT EZCURRA, “En homenaje a la verdad histórica” en Revista del Instituto Históricas Juan Manuel de Rosas, nº 23, p. 13).

PAUL GROUSSAC, historiador netamente antirrosista, comenta así este gobierno: “A la víctima ilustre de Navarro siguieron muchas otras, y la sentencia “legal” que procedió a las ejecuciones de MESA, CANO y otros prisioneros de guerra no borra su iniquidad. Mientras los diarios de LAVALLE pisoteaban el cadáver de DORREGO y ultrajaban odiosamente a sus amigos, los redactores de La Gaceta Mercantil eran llevados a un pontón, por un acróstico “sedicioso”. Se deportaba a los generales BALCARCE, MARTÍNEZ, IRIARTE; a los ciudadanos ANCHORENA, AGUIRRE, GARCÍA ZÚÑIGA, WRIGHT, etcétera, por delitos de opinión. EL PAMPERO (NUESTRO ANTEPASADO CRIOLLO Y FEDERAL) denunciaba al gobierno y, en su defecto, a los furores de la plebe del arrabal, las propiedades de ROSAS, y demás “ricachos del pueblo que lo auxilian”.
Y luego añade GROUSSAC el siguiente y comentario: “Delaciones, adulaciones, destierros, fusilamientos de adversarios, conatos de despojo, distribución de los dineros públicos entre amigos de la causa: se ve que LAVALLE, en materia de abusos – y aparte de su número y tamaño -, poco dejaba que innovar al sucesor. Sin comparar, pues, la inconsciencia del uno a la perversidad del otro, ni una dictadura de seis meses a una tiranía de veinte años, queda explicado el doble fenómeno del despojo creciente, por desarrollo natural, al pa que el de su impresión decreciente en las almas pasivas, de muy antes desmoralizadas por la semejanza de los actos, fuera de lo cual fuera la diferencia de las personas”. (PAUL GROUSSAC, Estudios de historia argentina, p. 204).
Dejando a un lado las sutiles diferenciaciones entre inconsciencia y perversidad, dictadura y tiranía, según se trate de LAVALLE o de ROSAS, nos parece ridículo pretender que en veinte años se hubiesen cometido menos atrocidades que en seis meses. Sería preciso ver lo que habría hecho LAVALLE si hubiera tenido que gobernar veinte años en las circunstancias en que gobernó LAVALLE con seis meses tomados al azar en el gobierno de ROSAS, no creemos que el primero salga muy favorecido.
“El año de gobierno de los unitarios militares – dice ELISEO F. LESTRADE – se caracteriza, para la demografía, como el año aciago, pues, no se vuelve a producir en lo sucesivo el hecho de morir mayor número que el de nacidos”. En efecto, en 1829 mueren en la ciudad de Buenos Aires 883 personas más de las que nacen; mientras que en 1840 y 1842, los años trágicos de la dictadura rosista, el aumento vegetativo de la población es de 1.180 y 730 almas, respectivamente. (ELISEO F. LESTRADE, “ROSAS. Estudio sobre la demografía de su época”, La Prensa, 15 de noviembre de 1919 - ¿…? “No se conoce – añade LESTRADE – el número de argentinos que emigraron a Montevideo huyendo de las persecuciones, pero ese año de gobierno fue sangriento. En los hechos militares de las elecciones del 26 de julio de 1829 se produjeron 76 víctimas, entre muertos y heridos; las ejecuciones fueron numerosas, y, sobre todo ese cuadro de dolor, una epidemia de viruela azotó a la población urbana”).
Si esto ocurría en la ciudad, la campaña bonaerense no era más favorecida. El coronel ESTOMBA, hombre cuya exaltación concluyó en locura, y que había sido enviado por LAVALLE para unitarizar la provincia, la recorría fusilando federales. Acerca de sus procedimientos nos ilustra MANUEL BILBAO cuando dice que dicho coronel “recorría la campaña dominado de un furor tal que las ejecuciones las ordenaba a cañón, poniendo las víctimas en la boca de las piezas y disparando con ellas”. (MANUEL BILBAO, Vindicación y memorias de Antonino Reyes, p. 65).
Así murió SEGURA, mayordomo de los ANCHORENA, en la estancia “Las Víboras”, “por el delito de ignorar la situación de cierta partida federal”. (MANUEL GÁLVEZ, Vida de Don Juan Manuel de Rosas, p. 94).

A otros ciudadanos, por el mismo delito, los mata a hachazos por sus propias manos. (Ibidem, p. 94, DERMIDIO T. GONZÁLEZ, El hombre, p. 199).
El fusilamiento a cañón, por otra parte, no era procedimiento exclusivo de ESTOMBA. He ahí el caso, referido por ARNOLD y otros, y citado por GÁLVEZ, del coronel JUAN APÓSTOL MARTÍNEZ, quien “hace atar a la boca de un cañón a un paisano, que muere hecho pedazos, y cavar sus propias fosas a varios prisioneros”. (MANUEL GÁLVEZ, o. cit. p. 94).
Las tropas mandadas por RAUCH – dice más adelante GÁLVEZ – matan a los hombres que encuentran en las calles de los pueblitos. Calcúlase que más de mil hombres asesinados. Sólo en el caserío llamado “Las Perdices” dejan siete fusilados. En la ciudad, en una tienda de la Recova, un oficial unitario desenvuelve un papel y, sacando una oreja humana, dice que es del manco CASTRO, y que tendrán igual suerte las de otros federales. A una criatura se siete años la matan porque lleva una divisa”. (Ibidem, ob. Cit., p. 94).
Y A TODO ESTO, EL “SANGUINARIO” ROSAS AÚN NO GOBERNABA.

Cuando ROSAS se hizo cargo del gobierno, los unitarios no variaron de sistema. El general PAZ, que actuaba independientemente de LAVALLE, se había impuesto en Córdoba por el terror. Después del combate de La Tablada, fueron fusilados por orden del coronel DEHESA, jefe del estado mayor del general PAZ, 23 Oficiales y 120 soldados de QUIROGA que habían caído en poder de los vencedores. (ADOLFO SALDÍAS, ob. Cit., t. II, p. 48 y 78. ZINNY, Ob. Cit., III, p. 70. ZINNY habla de unos “15 oficiales”. Danos la cifra de SALDÍAS por su mayor precisión).
Parece que DEHESA intentó sacrificar a todos los prisioneros, pero luego, accediendo a un pedido de moderación, optó por hacer ejecutar su sentencia tan sólo con los oficiales y con los soldados quintados mediante el siguiente procedimiento, que nos describe CALLE: “Se hace formar a los prisioneros en filas sucesivas, de a uno, y un sargento enumera de derecha a izquierda. Cuando llega a cada quinto hombre, le ordena que dé un paso adelante. De ese modo se apartan ciento veinte hombres, se les conduce hasta el borde de una zanga y se les fusila”. (JORGE A. CALLE, José Félix Aldao, p. 117).
El general PAZ, en sus Memorias, a pesar de su pretendía veracidad, hace extensiva la orden de DEHESA a solo dos oficiales; pero se contradice cuatro líneas después al hacer decir al mismo DEHESA que “algunos de ellos eran de los sargentos que sublevaron el nº 1 de los Andes”, frase inexplicable si los condenados hubiesen sido sólo dos. (General Paz, Memorias, t. II, p. 92).
El mismo día de esa esta matanza fueron asesinados otros cuatro prisioneros federales. (Ibidem, p. 98). PAZ narra el hecho con minuciosidad y lo reprueba, lo cual no deja de llamar la atención cuando se piensa que acaba de falsear la verdad histórica acerca del número de oficiales fusilados y de silenciar la muerte de ciento veinte soldados. Decididamente, el hábil general no carecía de estratégica literaria.
Tres meses después de la matanza de La Tablada, el 22 de septiembre de 1829, ocurrió en Mendoza otro acontecimiento, que vino a aumentar la lista de víctimas unitarias con el nombre de FRANCISCO ALDAO, hermano de Don JOSÉ FÉLIX ALDAO. Triunfante la sublevación de Los Barriales, los unitarios se habían apoderado del poder, designando gobernador al general ALVARADO. Éste logra llegar a un entendimiento con los ALDAO, pero algunos, pero algunos batallones de los más comprometidos en la sublevación no aceptan el arreglo y, al mando de SOLOAGA, se sitúan en el campo del Pilar, y entablan la lucha. “Los ALDAO – dice PAZ – se pusieron al frente de sus fuerzas, pero nuevas negociaciones vinieron a suspender momentáneamente las hostilidades. Mientras la suspensión, don FRANCISCO ALDAO pasa al campo de SOLOAGA, donde es amistosamente recibido; pero, en el momento en que menos se esperaba, por disposición de don FÉLIX, rómpese un vivo fuego de cañón sobre el descuidado batallón, y en este momento de estupor y efervescencia fue fusilado don FRANCISCO y se trabó la lucha”…(Ibidem, p. 126). La explicación de PAZ no resulta del todo convincente. Acerca de ella, el teniente coronel CARLOS A. ALDAO hace las siguientes atinadas reflexiones: “En un momento de estupor, ¿hay alguien que recurra al fusilamiento para salir de él, o ¡ya se había ejecutado el hecho cuando se trabó la refriega¡? Si el ataque fue por sorpresa, ¿Cómo dio tiempo al fusilamiento? Un hecho de esta naturaleza requiere, en general, preparativos. No se fusila sin ninguno”. (Tte Cnel. Carlos A. ALDAO, El Brig. Gral. José Félix Aldao, p. 92). Se trata, en resumen, de un hecho poco claro; pero, sea cual sea la forma en que se desarrollo la tragedia, es indudable que los unitarios no anduvieron con rodeos para eliminar a un hombre que pudieron mantener prisionero.
Como PAZ encontrase mucha resistencia en lo departamentos de la Sierra (de Córdoba), inició una campaña en la cual, según sus propias palabras, alternó la dulzura “con algunos actos de severidad”. (General Paz, op. cit., p. 120). Veamos en qué consistió esa dulce severidad:

Los prisioneros son colgados de los árboles y lanceados simultáneamente por el pecho y por la espalda… A algunos les arrancan los ojos o les cortan las manos. En San Roque, cerca de Córdoba, le arrancaron la lengua al comandante NAVARRO. A un vecino de Pocho, don RUFINO ROMERO, le hacen cavar su propia fosa antes de ultimarlo, hazaña que se repite con otros. Algunos departamentos de la Sierra son diezmados. Por orden, si no del General, de alguno de sus lugartenientes, ciertos desalmados, como VÁZQUEZ NOVOA, apodado “Corta Orejas”, “el Zurdo” y el “Corta Cabezas Campos Altamirano”, lancean a los vecinos de los pueblos, en grupos hasta de cincuenta personas”. (Manuel Gálvez, op. Cit, p. 130).
“Los coroneles LIRA, MOLINA Y CÁCERES rindieron la vida entre suplicios atroces. Sus cadáveres despezados fueron exhibidos en los campos de Córdoba y expuestos insepultos”. (La Gaceta Mercantil, 31 de agosto de 1843).
Así pudo decir un oficial, después de explicar cómo habían adoptado la medida de “no dejar vivo a ninguno de los que pillásemos”, que: … “mata aquí, mata allá, mata acullá y mata en todas partes, fueron tantos los que pillamos y matamos que, al cabo de unos dos meses, quedó todo sosegado”. (Sargento Mayor Domingo Arrieta, Memorias de un soldado. Cit. por Gálvez, ob. Cit., p. 130).
¿Cuántas víctimas costó a la patria el sosiego de la Sierra?
RIVERA INDARTE, QUE SIEMPRE SE OCUPA DE CONSIGNAR MINUCIOSAMENTE LAS BAJAS DE AMBOS BANDOS EN CADA COMBATE – POR SUPUESTO QUE CON LA SANA INTENCIÓN DE CARGARLAS TODAS EN LA CUENTA DE ROSAS -, expresa lo siguiente acerca de la campaña de la Sierra:
“Montoneras (de Córdoba y de San Luis, el año 1930). Mueren 800 soldados de ROSAS”. (RIVERA INDARTE, TABLAS DE SANGRE, p. 60).
Ochocientos soldados de ROSAS, y ¡ningún soldado de PAZ! ¿Qué clase de campaña militar es ésta, donde un bando pierde 800 hombres y el otro ninguno? Parece tener razón MARIÑO cuando dice:
“En esa persecución murieron sobre tres mil argentinos por la ferocidad de los salvajes unitarios. El Nacional se complace en recordar ochocientos de esos asesinatos brutales, no sobre soldados de Rosas, sino sobre argentinos de Córdoba, de San Luis, de la Rioja”. (Citado por SALDÍAS, ADOLFO, Historia de la Confederación Argentina, t. IV, p. 65).

No fue DORREGO el único gobernador que mataron los unitarios. Los gobernadores o ex gobernadores víctimas del terror celeste fueron nada menos que doce:
1: Coronel MANUEL DORREGO
2: Doctor JOSÉ IGNACIO BUSTOS
3: Don JOSÉ CORVALÁN
4: Doctor JOSÉ AGUSTÍN MAZA
5: General JOSÉ BENITO VILLAFAÑE
6: Coronel PABLO DE LATORRE
7: General JUAN FACUNDO QUIROGA
8: General ALEJANDRO HEREDIA
9: Ex Gobernador VILLAFAÑE
10: Coronel JOSÉ MARIANO ITURBE
11: General NAZARIO BENAVÍDEZ
12: Don ANTONIO J. VIRASORO.

Final: esta nota fue extractada de “LAS OTRAS TABLAS DE SANGRE”, de Alberto Ezcurra Medrano, Editorial Haz, Buenos Aires, 2ª edición, 1952, 147 págs.

Una tarde de noviembre,
Por una boscosa senda,
En su galera viajaba
El gobernador Heredia.
No lleva escolta a su lado;
Que, en su vanidad ingenua,
Cree que lo escolta su fama
De héroe de la Independencia.
Doctorcitos unitarios
Lo mandaron a matar.
Mal hicieron los doctores
Y caro la pagarán.
No era malo el indio Heredia,
Que lo diga, si no, Alberdi;
Que lo diga Marcos Paz,
Y hasta el propio Avellaneda
Lo podría atestiguar.


Editó Gabriel Pautasso
Diario Pampero
nº 19 - Córdoba, 6 de agosto de Penthecostés, día de la Transfiguración del Señor, de 2008.
Sopla el Pampero. ¡ VIVA LA PATRIA ¡

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